martes, 29 de enero de 2008

UN ENCUENTRO


La semana pasada conocí a A. Venía de vuelta de la consulta, buceando en mis propias inquietudes, paseando despacio por la Gran Vía, a la hora de comer, cuando de pronto escucho una voz que se dirige a mi…
-¿Quién osa interrumpir mis pajas mentales?

Era un chico, de mediana edad; bueno, más bien joven (para que nadie se sienta ofendido), de aspecto un poco desaliñado, me pedía un cigarro y si, por favor, podía invitarle a un café. Vale, algo de compañía a mi tampoco me viene mal.
Tiene gracia, cuanto mayor me hago menos entiendo las dinámicas sociales, y menos coherente me parece este mundo y sus prioridades. Sin exculparme a mí misma, cada vez me siento más inadaptada ante esta sociedad ¿global? También será por eso que todo me parece raro, pero al mismo tiempo me descubro demasiada capacidad para asombrarme de todo en vez de al revés, que soporto nada a cierto tipo de gente… aunque no lo digo precisamente por A.
Compartimos un café y un bocata en una tasca. Estaba casado, felizmente casado -o algo así- desde hacía más de diez años, aunque el resto de sus circunstancias vitales eran bastante dramáticas. Sentí incomodidad por cómo se justificaba por estar mendigando en la calle; no es que no quisiera escucharle, pero cada uno tiene sus motivos para hacer lo que hace (¿por qué juzgar?). Y, mira, a mi también me venía bien compartir un chute de cafeína con alguien, así que estábamos en paz.
Decía que estaba triste, que su madre estaba impedida, enferma de cáncer, y que necesitaban de su apoyo en casa. Había sido toxicómano, decía haberlo superado, y quería salir adelante pero le costaba poner en orden sus tareas y pensamientos, cómo salir del atolladero y conseguir sus metas. Pues ya somos dos, pensé, y eso que yo no le he dado a la coca, lo cual en mi caso me parece aun peor. Quiere solicitar el RMI y tiene cita con la trabajadora social de Servicios Sociales a finales de febrero. Se quejaba de que la fecha fuera tan tardía porque él necesitaba la orientación inmediatamente.
Mentaba una y otra vez a su madre. Me dijo que una noche le llevó un bocadillo de calamares, que la hizo feliz. A. comía con ansia (decía no haber probado bocado en todo el día) y tenía planeado afeitarse y cortarse el pelo, que ese día llevaba mal recogido en una coleta, para buscar trabajo. Pero primero tenía que ir a un centro donde le harían una gafas -unas cuantas dioptrías de miopía-, así que la próxima vez que me veas, me dijo, será con gafas y el pelo corto, pero seré yo.
-Mucha suerte. Tengo que irme a trabajar.
-¿A qué te dedicas?
Se lo conté. -Tiene pinta de que gusta tu trabajo. Como todo, unos días más que otros, pero en general sí.
Como muchas veces a lo largo del día, me pareció curiosa la situación: a mi, que no me gusta demasiado hablar con la gente, y menos con desconocidos, que prefiero la observación… y allí estaba con este tipo disfrutando de unos instantes en los que ambos nos hicimos un poco más felices. Por lo menos, para que él olvidara que minutos antes uno hombre le había insultado
–¡gilipollas, ponte a trabajar!, sin tener ni idea de las circunstancias que nos rodean a cada uno.
Lo cierto es que A. no es teóricamente una persona sin hogar pero sí un inadaptado, un exdrogodependiente (si es que realmente era ex); marcado por grandes dificultades familiares, en definitiva, un excluido. No sé, ni me importa, si todo lo que me contó es verdad o exageró su tragedia; en cualquier caso, su rostro sí reflejaba dolor, penurias, preocupación por su situación, a veces lágrimas en los ojos. Pero, sobre todo, lo que he visto otras tantas veces -qué putada-, en las personas de Las Barranquillas, que recaen en muchas ocasiones porque les falta apoyo personal y social; en el poblado de Valdemingómez (¿cómo le irá a B., que es machaca allí?), en los bancos okupados de la ciudad, por las noches en los cajeros, en los enfermos alcoholizados de la plaza de los antiguos cines Luna, incluso en personas “normalizadas” (qué irónico me parece este término): la soledad, como la condena de nuestro tiempo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Casi todos podríamos ser personas sin hogar. Si se nos cruzan varios cables, los de la pobreza y las rupturas personales y sociales, los puentes se quiebran... Los apoyos son muy importantes y en nuestro país aún soportan muchas situaciones que en otros acaban aún peor. Los apoyos son necesarios para todos, más de lo que imaginamos. ¡Qué valiente gesto el invitar a un café y una charla! A veces, yo me escurro en dudas y no sé qué decir o qué proponer y no sé por qué es, porque puedo hacerlo en otros sitios y no aquí. Habrá que probar a saludar.

D.