lunes, 24 de marzo de 2008

In Memoriam

C. y P. Dos toxicómanos. La primera, irlandesa, tenía cuarenta y tantos pero aparentaba veinte años más; escuálida, de ojos claros, alcohólica. Cuando la conocí, uno de sus orgullos recientes lo protagonizaba un artículo de la escritora Rosa Montero, una página en la revista El País Semanal inspirada en un cruce de caminos, en la terraza de un bar, mientras C. vendía pulseras de cuero hechas a mano.
P. había consumido durante décadas cocaína y heroína. Portugués, de origen muy humilde. Rondaba los cuarenta y ya se había convertido en abuelo de un niño. Sufría un tumor en la boca, en consecuencia le habían extirpado parte del labio inferior.
C. padecía graves problemas cardiovasculares, especialmente en las piernas; sin embargo renunció a la medicación cuando estaba en plena recaída, no volvió a aparecer por la unidad de reducción del daño. Murió en la calle. Una noche le dieron una paliza y su cuerpo endeble no lo pudo soportar. La noticia no fue publicada en los periódicos, nadie reclamó su cadáver. Tan sólo su exmarido y una amiga la lloraron tiempo después, cuando se enteraron del suceso, mientras la buscaban. Hacía meses que le habían perdido la pista.
P. tuvo la oportunidad de volver a su país para visitar a su familia y arreglar cuestiones burocráticas. Ya no consumía, aunque la droga había hecho mella en su cuerpo y mente. Cuando pisó Portugal, la policía lo arrestó, aún tenía una causa pendiente con la justicia lusa, un robo que había cometido hacía años. Lo encarcelaron en Lisboa, una prisión insalubre. El cáncer avanzó, se puso aún más enfermo. Allí tenían dificultades para medicarle convenientemente. Él sabía que se acercaba el final y pidió que, en su memoria, plantáramos un árbol en la sierra, como a aquel compañero suyo que murió en Las Barranquillas. P. es un olmo que crece en el monte.

1 comentario:

Anónimo dijo...

que intolerable y que mal cuerpo se le pone a uno....quería compartir este texto más que sonado...

LOS NADIE, Eduardo Galeano.

Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadie con salir
de pobres,
que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte, que llueva a
cántaros la buena suerte;
pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca.
Ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho que los
nadie la llamen,
aunque les pique la mano izquierda, o se levanten con el pie
derecho,
o empiecen el año cambiando de escoba.
Los nadie: los hijos de nadie, los dueños de nada.
Los nadie: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre,
muriendo la vida, jodidos, rejodidos.
Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no profesan religiones, sino supersticiones.
Que no hacen arte, sino artesanía.
Que no practican cultura, sino folklore.
Que no son seres humanos, sino recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la
prensa local.
Los nadie, que cuestan menos que la bala que los mata.