jueves, 27 de marzo de 2008














Nos llamó la atención un cambio tan brutal tan sólo a menos de una hora de viaje (no recuerdo si son unos 60 km más o menos). Del jolgorio y caos de Marrakech al contraste con un paisaje completamente diferente: aldeas colgadas en las montañas, donde las calles no son más que caminos mal asfaltados, piedras y salpicados con torrentes de agua procedentes del deshielo.
En la calle principal de Imlil se encuentran algunas tiendas modestas de ultramarinos o frutos secos y otras, que no podían faltar, de artesanía, de alfombras, etc. Y la tranquilidad, la ausencia de ruido que rompía de vez en cuando algún grupo de niños, de guiris escaladores o algún comerciante invitándote a entrar en su tienda.
Hicimos una ruta por el valle, seguimos un camino polvoriento y pedregoso que llevaba a localidades aún más pequeñas que Imlil, con el mismo tipo de construcciones, casas apelotonadas de piedra y barro, con una especie de agujeros (a veces redondos, otras veces más cuadrados) en las paredes que hacían el papel de ventanas (sin cristal); en algunos rincones, paredes medio derruidas… Muchos niños, bien de camino a la escuela o ayudando en las tareas agrícolas a sus padres, mirando curiosos a los turistas y algunos avispados reclamando caramelos.
Nos cruzamos con guías y turistas que venían también de Imlil para realizar expediciones al Tubkal provistos de mulas y arrieros que les acompañaban.
Las condiciones de vida allí deben ser son duras, no ví sistema de alcantarillado, por ejemplo. Y aunque los pueblos de la zona son pequeñitos y pobres, sin grandes comodidades, la sensación es que existe una cultura familiar o comunitaria que suple la falta de medios económicos.

1 comentario:

Mónica dijo...

Muy bien por la descripción!
En cuanto a lo del regateo, confieso la verguenza y los colores que se me subían, cuando le decía a mi madre por lo bajini: "ya está bien, mamá, déjalo quedar, pero no sigas regateando" jajaa