martes, 2 de septiembre de 2008

Nuevo encuentro inesperado











No os lo vais a creer! El otro día, en pleno agosto, cuando me iba de viaje, me encontré en el aeropuerto de Barajas con Batman. ¡Que sí, es verdad! Coincidimos en la misma cola para facturar, es que el traje le resultaba incómodo para viajar y decidió guardarlo en la maleta como todo bicho viviente.
La casualidad nos hizo sentarnos juntos en un avión de la compañía moscovita Aeroflot. No soy muy amiga de comenzar conversación con los desconocidos, por mucho Batman que sea, así que fue él quien se dirigió a mi para que le prestara el periódico que llevaba entre las manos. Lo siento, pero lo voy a leer ahora, le contesté. Si quieres, puedo compartir.Así fue como intercambiamos comentarios entre páginas en blanco y negro. Leímos las noticias de sucesos. Le miraba por el rabillo del ojo cómo fruncía el entrecejo cada vez que veía algo sobre un asesinato o algún accidente terrible. Y de repente, sin dilación, rompió a llorar a lágrima viva.
Comenzó a contarme que su gran frustración era no disponer de superpoderes, como todos los demás héroes, que eso le tenía sumido en una depresión. Jolín, es que siempre tengo que encontrarme con los superhéroes más ñoños, pensé.
Pero si eres millonario, tronco, le consolé, eso es casi como ser un superhéroe en este mundo neoliberal capitalista.Me dijo que por eso mismo visitaba Moscú, para ver los vestigios del régimen comunista y aprender algo de historia sobre la lucha de los soviets y la caída de los zares.
Le contesté que yo estaba sólo de paso, una escala, pero que podíamos visitar juntos la ciudad, si le apetecía, y compartir un chocolate caliente en una de las entradas a la Plaza Roja. Así que después de pasar obligatoriamente por diversos controles de seguridad, que parecían no terminar nunca, tomamos el metro, el profundo metro moscovita, que está en el centro de la tierra, para irnos al lugar histórico más importante de la ciudad. Nos embargaba la emoción al pisar la Plaza Roja y acordarme de aquellos, que aunque lejos, sabía que les podría hacer la misma ilusión que a mi o más vivir ese momento.
Fue corto el paseo por Moscú, tan frío como algunos de los habitantes con los que nos cruzamos. Estaba interesada en enseñarle a Batman el mausoléo de Lenin, pero era lunes y permanecía cerrado, qué pena. En la Plaza Roja todo el mundo le miraba, porque claro, iba con esas pintas de hombre murciélago, que no le pegaba nada a esas horas de la mañana, pero él carece del sentido del ridículo, como es millonario se ha vuelto muy excéntrico.
Después de visitar la construcción arquitectónica más antigua de la ciudad, el fabuloso Kremlim, con la cantidad de edificios oficiales y catedrales que resguarda entre sus murallas, decidimos aprovechar el poco tiempo que nos quedaba juntos en dar una vuelta por el metro y conocer las paradas más emblemáticas, aquellas que decoraron con material expropiado a los zares para que el pueblo pudiera disfrutar de ello. Y perdidos entre las estaciones de metro, anunciadas en cirílico, nos apresuramos para entrar en uno de los vagones cuando, de pronto, la puerta se cerró sin previo aviso dejándome en tierra. De esta manera se perdió Batman por el metro de Moscú, bloqueado en el vagón entre ciudadanos muy rubios y de piel clara, con malas pulgas. La última vez que lo divisé antes de desaparecer en el túnel, tenía una expresión triste por separarnos tan abruptamente, así que le dije adiós con la mano y le regalé mi mejor sonrisa.
Me quedé en la estación dispuesta a coger el siguiente tren que me devolvería al aeropuerto. En el siguiente destino, me estaba esperando de nuevo Indiana Jones.

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