El mundo del asociacionismo es variadísimo. No me parece fácil aprender a vivir en colectivo y compartir ciertos valores en los que destaque el bien común y no sólo el individual. Incluso pueden darse estas contradicciones en grupos que crees que tienen este debate superado. No sé si es imprescindible algún tipo de predisposición concreta (no lo creo) para trabajar en comunidad, ni cómo la puedes obtener, pero es curiosa la manera en que el mundo colectivo puede ser una esfera de grandes satisfacciones y donde la identidad se forja a fuego, como también un espacio donde se fraguan grandes frustraciones y pérdidas de orientación.
Me siento afortunada, porque mi mundo colectivo es rico, con sinsabores amargos, muy amargos, pero plural, donde se pueden vomitar grandes problemas y buscar soluciones conjuntas, o compartir una alegría desmedida, una pompa sin la cual no podría ya respirar. Pero me dan lástima otros espacios, donde tengo la oportunidad de participar y compruebo que esos valores se quedan aletargados, donde parece que hacer una asamblea es “el novamás”, cuando puede haber más formas de participación, y siendo consciente, por supuesto, que siempre se necesita un órgano de toma de decisiones lo más democrático posible. Sin embargo, no se saben tomar decisiones acertadas al evaluar la evolución grupal, se establecen divisiones insalvables y se pierden de vista los valores clave sine qua non que deben estar presentes en cada instante para que el colectivo se desarrolle y evolucione de una forma más positiva. Al final todo puede traducirse en falta de experiencia o simplemente en una confrontación de intereses individuales, en cualquier caso, el bien común siempre es lo que debería primar.
Nada, ante lo obvio, sólo debo decir que es una mera reflexión sin importancia en voz alta.
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