La gente abierta al trato con el extranjero, pero esperando siempre que en su mano caigan unas monedas.
No sólo me encandiló el paseo largo e interminable de la playa, mientras algunos winsurfistas y otros aficionados a los deportes acuáticos hacían sus piruetas entre las olas. El susurro del Atlántico, revuelto ese día y que se rebelaba una y otra vez contra las rocas. También es el pueblo donde saboreé por vez primera un plato que me conquistaría para el resto de los días: la pastilla o pastela (porque lo he visto escrito de las dos formas), una especie de pastel de hojaldre (parecido a una empanada), de láminas finísimas, donde se iban superponiendo una pasta de frutos secos con azúcar y pollo troceado condimentado. Todo ello coronado por canela y azúcar glass. Más tarde leí que era una comida muy elaborada utilizada especialmente en celebraciones familiares, por lo tanto, un plato reconocido y estimado, ¡no me extraña!
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